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Hay fetiches de todo tipo: los hay que se ponen cachondos viendo los pies de las chicas, y otros a los que les gusta verlas fumar mientras practican sexo o se masturban. Y luego está ese peculiar grupo que se siente irresistiblemente atraído por el sonido de una crujiente bolsa de patatas fritas al abrirse, o por la visión de alguien aparcando en paralelo sin esfuerzo. Sí, en efecto, el espectro de los fetiches es tan diverso como un bufé de manías, cada una con su propio sabor y atractivo. Es como una extraña partida de bingo sexual: nunca se sabe qué combinación hará que alguien grite "¡Bingo!" en el dormitorio.
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